Por el Día de la Mujer Trabajadora realizamos en el aula la lectura del libro álbum Una Caperucita Roja de Majorlaine Leray.
Observamos cómo se representó al Lobo y a Caperucita, los colores para cada uno, la escritura en cursiva y las actitudes de ambos personajes. Con un cierre abierto, porque sólo suponemos que no le fue muy bien al lobo.
Luego, en Biblioteca vimos el mismo cuento pero en diferente soporte, en video. Lo compartimos en este espacio para volver a disfrutarlo.
También escuchamos la lectura de Caperucita Roja y El Lobo, del libro Cuentos en Verso para Niños Perversos de Roald Dhal
"Caperucita Roja y el lobo"
Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la abuela.
"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: "¡Este me come de un bocado!".
Y, claro, no se había equivocado.
Se convirtió la abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
"Sigo teniendo un hambre aterradora…"
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva"
–que así llamaban al bosque la alimaña,
creyéndose en Brasil y no en España–.
Y porque no se viera su fiereza,
Se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso una gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó a esperar a la nieta.
Llegó por fin Caperucita a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!".
"Para oírte mejor, que somos un poco sordas las viejas".
"¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes!".
"Claro, hijita, estas lentillas me las ha puesto
el oculista Don Ernesto",
dijo el animal mirándola con gesto urgente
mientras pensaba que sabría mejor que su comida precedente.
Caperucita dijo: "¡Qué imponente abrigo llevas este invierno!".
El Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablar de mis dientes!
Oye, mocosa, te comeré ahora mismo y a otra cosa".
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y – ¡pam! – allí cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque… ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.
En ambos casos Caperucita se salva sin la mediación de otro personaje. En uno a través de las palabras y en el segundo es un final exagerado. Con ambas versiones nos divertimos mucho.
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Material con fines culturales y educativos
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